Pacto de fe que conmueve cerros y quebradas del Norte.
Por GUILO GALLO Los vi con mis asombrados ojos bajar de los cerros, caminar desde los valles, cruzar ríos y quebradas, venir de los salares y de los puntos más recónditos de la cordillera andina, algunos de intensas caminatas de días con tardes cálidas y noches frías. Y me conmoví ante esa inmensa devoción, tanta fe imposible de explicar con palabras. Llegaron desde los rincones más alejados de la región puneña. Peregrinando cientos de kilómetros. Son ancianos, muchos jóvenes, madres
primerizas con sus bebés cargados en brazos. Son los peregrinos que llegaron con el paso cansino, la mirada mansa y resignada en rostros cobrizos, cansados y curtidos por el sol y la sal, surcados de arrugas, muestras inequívocas de que la vida no fue generosa con ellos. Sin embargo en esas caras no había reproches y, apretando fuerte las imágenes de la Virgen y el Señor del Milagro, los empujaba la fe de llegar a la ciudad de Salta para homenajear a sus santos protectores. Los vi entrar a la Catedral arrodillados, besar el umbral del altar y de esos ojos duros brotar lágrimas. ¿Pero que los impulsa? No piden ni salud ni trabajo, solamente renovar –en comunión con el pueblo salteño que los recibe con los brazos abiertos- sus votos de fidelidad, de fe y devoción de sus padres, de sus mayores, de sus antepasados, con los patronos de Salta. “Nuestra meta es llegar a ofrendar nuestras llagas físicas y espirituales al Señor y a la Virgen, que son
nuestros guías y compañeros. Lo hacemos no solo por nosotros sino por todos los compatriotas. Nuestros sacrificios y alabanzas las ofrecemos por un mundo mejor”, comentó con su voz cansada un peregrino de los valles calchaquíes, uno de tantos que emocionan con sus testimonios. Son tan argentinos como nosotros, muy humildes, alejados del confort de las ciudades. Que seguramente no saben lo que es internet, wi-fi o una notebook ni tiene idea de las bondades de la telefonía móvil. Solo les interesa homenajear a sus santos devotos. Como lo hicieron el año pasado, como lo hicieron hoy (por ayer) y como lo repetirán el próximo septiembre. Y como lo hago también todos los años. Todo rodeado del marco especial e inédito de este Milagro 2013 con un Papa argentino rigiendo lo destinos de la iglesia mundial. Un Papa Francisco que dejó su saludo al pueblo de Salta en esas pocas palabras que encierran tanto: “Devuelvan al Señor del Milagro el amor del pueblo”. La multitudinaria procesión por las calles de la capital salteña fue con una tarde invernal. Lejos de los albores de primavera solo presente en el marco multicolor que daban los ceibos, jacarandáes y lapachos florecidos, marcharon juntos los peregrinos con el pueblo salteño y visitantes de distintos puntos del país y del mundo. Las últimas imágenes de este pacto de fe cuando ya entraba la noche en el valle de Lerma fueron esa nube baja de pañuelos blancos, interminable, revoloteando sobre las cabezas de miles y miles de fieles devotos que despidieron a las imágenes milagrosas bajo una lluvia de pétalos de rosas blancas para la Virgen y de rosas rojas para el Señor del Milagro que bajaban de las torres de la catedral, en una despedida hasta el año próximo, donde los niños volverán a vestirse de angelitos para renovar su acto de fe.
primerizas con sus bebés cargados en brazos. Son los peregrinos que llegaron con el paso cansino, la mirada mansa y resignada en rostros cobrizos, cansados y curtidos por el sol y la sal, surcados de arrugas, muestras inequívocas de que la vida no fue generosa con ellos. Sin embargo en esas caras no había reproches y, apretando fuerte las imágenes de la Virgen y el Señor del Milagro, los empujaba la fe de llegar a la ciudad de Salta para homenajear a sus santos protectores. Los vi entrar a la Catedral arrodillados, besar el umbral del altar y de esos ojos duros brotar lágrimas. ¿Pero que los impulsa? No piden ni salud ni trabajo, solamente renovar –en comunión con el pueblo salteño que los recibe con los brazos abiertos- sus votos de fidelidad, de fe y devoción de sus padres, de sus mayores, de sus antepasados, con los patronos de Salta. “Nuestra meta es llegar a ofrendar nuestras llagas físicas y espirituales al Señor y a la Virgen, que son
nuestros guías y compañeros. Lo hacemos no solo por nosotros sino por todos los compatriotas. Nuestros sacrificios y alabanzas las ofrecemos por un mundo mejor”, comentó con su voz cansada un peregrino de los valles calchaquíes, uno de tantos que emocionan con sus testimonios. Son tan argentinos como nosotros, muy humildes, alejados del confort de las ciudades. Que seguramente no saben lo que es internet, wi-fi o una notebook ni tiene idea de las bondades de la telefonía móvil. Solo les interesa homenajear a sus santos devotos. Como lo hicieron el año pasado, como lo hicieron hoy (por ayer) y como lo repetirán el próximo septiembre. Y como lo hago también todos los años. Todo rodeado del marco especial e inédito de este Milagro 2013 con un Papa argentino rigiendo lo destinos de la iglesia mundial. Un Papa Francisco que dejó su saludo al pueblo de Salta en esas pocas palabras que encierran tanto: “Devuelvan al Señor del Milagro el amor del pueblo”. La multitudinaria procesión por las calles de la capital salteña fue con una tarde invernal. Lejos de los albores de primavera solo presente en el marco multicolor que daban los ceibos, jacarandáes y lapachos florecidos, marcharon juntos los peregrinos con el pueblo salteño y visitantes de distintos puntos del país y del mundo. Las últimas imágenes de este pacto de fe cuando ya entraba la noche en el valle de Lerma fueron esa nube baja de pañuelos blancos, interminable, revoloteando sobre las cabezas de miles y miles de fieles devotos que despidieron a las imágenes milagrosas bajo una lluvia de pétalos de rosas blancas para la Virgen y de rosas rojas para el Señor del Milagro que bajaban de las torres de la catedral, en una despedida hasta el año próximo, donde los niños volverán a vestirse de angelitos para renovar su acto de fe.