El ascenso de la izquierda
Jorge Altamira y Gabriel Solano
En el lapso de apenas dos años, el Frente de Izquierda pasó de medio millón de votos a casi un millón y medio, un crecimiento del 200 por ciento. Acabamos de conquistar el ingreso de un bloque de cuatro diputados nacionales y la instalación en numerosas legislaturas y concejos deliberantes. No lo logramos en calidad de fuerza democratizante, sino de frente revolucionario. En el piso superior de estos
resultados, hemos derrotado en forma amplia al peronismo en la capital de Salta y establecido un empate a nivel de la provincia. Entre las Paso nacionales y las provinciales, hemos avanzado un 30 por ciento, y entre éstas y las finales otro 30 por ciento -con un salto inédito en el interior de la provincia. En el cuadro del desmoronamiento del peronismo en cuanto movimiento popular, ! estos resultados nos postulan como candidatos a desarrollar un nuevo movimiento popular en Argentina de carácter obrero y socialista. Se ha manifestado una rebelión popular que ha tenido como escenario la conciencia del proletariado más activo y de numerosos estratos medios. En la inmensa mayoría de las concentraciones obreras, duplicamos y triplicamos los promedios electorales obtenidos en los distritos. La consecuencia política más directa de estos resultados deberá ser un salto de calidad en el desarrollo del movimiento obrero. La política revolucionaria en el campo electoral se fusiona, de este modo, con el movimiento real de las clases explotadas. El domingo pasado se ha puesto de manifiesto la importancia de una estrategia y de un método. La unidad de la concepción política con el desarrollo práctico es la conquista fundamental de la experiencia que estamos atravesando. De aquí en m&aa! cute;s, esta praxis política deberá corporizarse en la unidad entre la acción parlamentaria de propaganda, por un lado, en una etapa de transición política (o sea, convulsiva) y la fusión de la izquierda revolucionaria con el movimiento obrero. El parlamentarismo, integrado a la totalidad de la propaganda socialista, deberá servir al desarrollo de la conciencia política de la clase obrera y a la educación revolucionaria de nuestros parlamentarios, en especial los más jóvenes, como tribunos y cuadros realmente socialistas.
Hemos consagrado un bloque de tres diputados del Frente de Izquierda en el Congreso Nacional, el cual se ampliará a cuatro cuando derrotemos el fraude escandaloso en Córdoba. Además, hemos quedado con legisladores en siete provincias. En distritos donde no se elegían cargos provinciales -como Neuquén, Santa Cruz o Río Negro-, nuestro crecimiento fue también notable. En la capital del Chaco, nuestra votación ha superado el 10% o más, pero si no hemos impuesto un diputado provincial, fue por el fraude descarado del oficialismo en el interior provincial. En Jujuy disputaremos, en el escrutinio definitivo, el ingreso de uno o dos legisladores provinciales. En la Ciudad de Buenos Aires crecimos, en relación con las Paso, un 35% y conquistado un representante en la Legislatura. La derrota política parcial que implica no haber logrado el diputado nacional en este distrito, con toda su importancia, no modifica la curva del gran ascenso político de la izquierda revolucionaria.
Los resultados electorales zanjan la disputa entre la izquierda revolucionaria y la democratizante en el terreno preferido por ésta: las urnas. Por eso, su derrota es catastrófica. No solamente han quedado expuestas las diferencias de objetivos estratégicos y de métodos, sino también la contraposición completa de caracterizaciones sobre la naturaleza y alcances de la crisis mundial. En oposición a las recetas rutinarias del reformismo legislativo, ofrecimos al electorado una caracterización elaborada de esta crisis y sus perspectivas catastróficas en el plano económico-social, político e internacional. El catastrofismo sirvió para sustentar una pedagogía política, simplemente porque arma al pueblo para enfrentar mejor las consecuen! cias del derrumbe del capital.
Más que un agotamiento del kirchnerismo
El resultado electoral ha reforzado el agotamiento del kirchnerismo, que arranca en 2007, atraviesa vaivenes, y se expresa ahora en todas sus determinaciones. En la provincia de Buenos Aires, la “madre de todas las batallas”, el bloque K pierde 15 puntos. En la Ciudad de Buenos Aires, Filmus colgó los guantes. En Santa Fe y Córdoba, los K quedaron terceros. El segundo lugar de Mendoza no es siquiera un premio consuelo: los superó por lejos el “destituyente” Cobos y el Frente de Izquierda les quitó la segunda banca de diputados. En Santa Cruz, fueron nuevamente derrotados. En sólo dos años, el oficialismo perdió más de cuatro millones de votos. Desde estas páginas advertimos la tendencia a este derrumbe, el mismo día en que CFK y Scioli festejaban el famoso 54 por ciento. El alejamiento de la Presidenta, por razones de salud puso en evidencia, sin maquillajes, el carác! ter faccioso del núcleo interno del gobierno. La enfermedad fue utilizada de manera concertada para apurar el arreglo del pago de una parte la deuda externa en litigio y pedir un rescate internacional del Banco Central menguado de reservas.
La transición política que se ha abierto se caracteriza, antes que nada, por la crisis financiera, con todas sus consecuencias para los llamados ‘planes sociales’ y la aplicación forzada de un ‘ajuste’. La pelea entre las camarillas K se nutre del naufragio de la improvisación económica aplicada hasta el presente. El Frente de Izquierda debe hacer frente a una transición del régimen vigente -la cual es, por naturaleza, una etapa de crisis de todo orden y de agitación en los medios populares. Se anuncia un parlamentarismo ‘caliente’; con independencia de su mediocridad, en el cual el Congreso será forzado a participar del arbitraje político. El bonapartismo ejecutivo tiende a cero.
La oposición
La llamada oposición es un conglomerado de tribus que se nutren del naufragio oficial. Deja en evidencia que la crisis política representa el agotamiento de toda la etapa democratizante iniciada en el ’83, la que ha pulverizado a los llamados partidos tradicionales. Como acostumbran a decir algunos, “es parte del problema, no la solución”. La acicatea el cambio de frente de la burguesía nacional, que busca revalorizar, por medio de una devaluación, los capitales que ha fugado y que quiere sacarse de encima el sistema de regulaciones montado por el kirchnerismo, el cual ya no sirve para nada. La especulación de que de todo esto salga ‘un nuevo peronismo’, armado por internas abiertas, se salta la crisis que deberá encontrar un desenlace, antes de 2015, en la transición que se ha iniciado. Ha esto debería añadirse el empequeñecimiento de la burocracia sindical, completamente descompuesta, que se marginalizó a sí misma en la competencia electoral reciente. En resumen, el Frente de Izquierda da un gran paso adelante como fuerza popular en una etapa de crisis de régimen en todos sus aspectos. El Manifiesto Político, que lanzó en las vísperas de las elecciones, define la dirección política e intelectual que quiere imprimir al movimiento obrero frente a una crisis de conjunto. Los apetitos presidenciales, que los candidatos que creen haber triunfado han expuesto antes de que se acabe el conteo de votos, es una fuga hacia la nada.
Ajuste y Frente de Izquierda
El millón y medio de votos del Frente de Izquierda es una advertencia del movimiento popular a la burguesía contra la aplicación de un ajuste. Esta caracterización, que hemos repetido durante la campaña electoral, ha sido recogida por uno de los principales comentaristas políticos. El lunes mismo, Carlos Pagni, justifica su opinión, tanto en La Nación como en su programa de televisión, de que el gobierno no aplicará las recetas que en forma creciente agitan los voceros del capitalismo, por el temor a la reacción popular que anticipa la alta votación obtenida por el Frente de Izquierda. Es decir que se ha perdido la confianza de antaño en que las rebeliones populares podían contenerse o desviarse por la ausencia de una canal o dirección política antagónica.
De esto se trata, precisamente.
En el lapso de apenas dos años, el Frente de Izquierda pasó de medio millón de votos a casi un millón y medio, un crecimiento del 200 por ciento. Acabamos de conquistar el ingreso de un bloque de cuatro diputados nacionales y la instalación en numerosas legislaturas y concejos deliberantes. No lo logramos en calidad de fuerza democratizante, sino de frente revolucionario. En el piso superior de estos
resultados, hemos derrotado en forma amplia al peronismo en la capital de Salta y establecido un empate a nivel de la provincia. Entre las Paso nacionales y las provinciales, hemos avanzado un 30 por ciento, y entre éstas y las finales otro 30 por ciento -con un salto inédito en el interior de la provincia. En el cuadro del desmoronamiento del peronismo en cuanto movimiento popular, ! estos resultados nos postulan como candidatos a desarrollar un nuevo movimiento popular en Argentina de carácter obrero y socialista. Se ha manifestado una rebelión popular que ha tenido como escenario la conciencia del proletariado más activo y de numerosos estratos medios. En la inmensa mayoría de las concentraciones obreras, duplicamos y triplicamos los promedios electorales obtenidos en los distritos. La consecuencia política más directa de estos resultados deberá ser un salto de calidad en el desarrollo del movimiento obrero. La política revolucionaria en el campo electoral se fusiona, de este modo, con el movimiento real de las clases explotadas. El domingo pasado se ha puesto de manifiesto la importancia de una estrategia y de un método. La unidad de la concepción política con el desarrollo práctico es la conquista fundamental de la experiencia que estamos atravesando. De aquí en m&aa! cute;s, esta praxis política deberá corporizarse en la unidad entre la acción parlamentaria de propaganda, por un lado, en una etapa de transición política (o sea, convulsiva) y la fusión de la izquierda revolucionaria con el movimiento obrero. El parlamentarismo, integrado a la totalidad de la propaganda socialista, deberá servir al desarrollo de la conciencia política de la clase obrera y a la educación revolucionaria de nuestros parlamentarios, en especial los más jóvenes, como tribunos y cuadros realmente socialistas.
Hemos consagrado un bloque de tres diputados del Frente de Izquierda en el Congreso Nacional, el cual se ampliará a cuatro cuando derrotemos el fraude escandaloso en Córdoba. Además, hemos quedado con legisladores en siete provincias. En distritos donde no se elegían cargos provinciales -como Neuquén, Santa Cruz o Río Negro-, nuestro crecimiento fue también notable. En la capital del Chaco, nuestra votación ha superado el 10% o más, pero si no hemos impuesto un diputado provincial, fue por el fraude descarado del oficialismo en el interior provincial. En Jujuy disputaremos, en el escrutinio definitivo, el ingreso de uno o dos legisladores provinciales. En la Ciudad de Buenos Aires crecimos, en relación con las Paso, un 35% y conquistado un representante en la Legislatura. La derrota política parcial que implica no haber logrado el diputado nacional en este distrito, con toda su importancia, no modifica la curva del gran ascenso político de la izquierda revolucionaria.
Los resultados electorales zanjan la disputa entre la izquierda revolucionaria y la democratizante en el terreno preferido por ésta: las urnas. Por eso, su derrota es catastrófica. No solamente han quedado expuestas las diferencias de objetivos estratégicos y de métodos, sino también la contraposición completa de caracterizaciones sobre la naturaleza y alcances de la crisis mundial. En oposición a las recetas rutinarias del reformismo legislativo, ofrecimos al electorado una caracterización elaborada de esta crisis y sus perspectivas catastróficas en el plano económico-social, político e internacional. El catastrofismo sirvió para sustentar una pedagogía política, simplemente porque arma al pueblo para enfrentar mejor las consecuen! cias del derrumbe del capital.
Más que un agotamiento del kirchnerismo
El resultado electoral ha reforzado el agotamiento del kirchnerismo, que arranca en 2007, atraviesa vaivenes, y se expresa ahora en todas sus determinaciones. En la provincia de Buenos Aires, la “madre de todas las batallas”, el bloque K pierde 15 puntos. En la Ciudad de Buenos Aires, Filmus colgó los guantes. En Santa Fe y Córdoba, los K quedaron terceros. El segundo lugar de Mendoza no es siquiera un premio consuelo: los superó por lejos el “destituyente” Cobos y el Frente de Izquierda les quitó la segunda banca de diputados. En Santa Cruz, fueron nuevamente derrotados. En sólo dos años, el oficialismo perdió más de cuatro millones de votos. Desde estas páginas advertimos la tendencia a este derrumbe, el mismo día en que CFK y Scioli festejaban el famoso 54 por ciento. El alejamiento de la Presidenta, por razones de salud puso en evidencia, sin maquillajes, el carác! ter faccioso del núcleo interno del gobierno. La enfermedad fue utilizada de manera concertada para apurar el arreglo del pago de una parte la deuda externa en litigio y pedir un rescate internacional del Banco Central menguado de reservas.
La transición política que se ha abierto se caracteriza, antes que nada, por la crisis financiera, con todas sus consecuencias para los llamados ‘planes sociales’ y la aplicación forzada de un ‘ajuste’. La pelea entre las camarillas K se nutre del naufragio de la improvisación económica aplicada hasta el presente. El Frente de Izquierda debe hacer frente a una transición del régimen vigente -la cual es, por naturaleza, una etapa de crisis de todo orden y de agitación en los medios populares. Se anuncia un parlamentarismo ‘caliente’; con independencia de su mediocridad, en el cual el Congreso será forzado a participar del arbitraje político. El bonapartismo ejecutivo tiende a cero.
La oposición
La llamada oposición es un conglomerado de tribus que se nutren del naufragio oficial. Deja en evidencia que la crisis política representa el agotamiento de toda la etapa democratizante iniciada en el ’83, la que ha pulverizado a los llamados partidos tradicionales. Como acostumbran a decir algunos, “es parte del problema, no la solución”. La acicatea el cambio de frente de la burguesía nacional, que busca revalorizar, por medio de una devaluación, los capitales que ha fugado y que quiere sacarse de encima el sistema de regulaciones montado por el kirchnerismo, el cual ya no sirve para nada. La especulación de que de todo esto salga ‘un nuevo peronismo’, armado por internas abiertas, se salta la crisis que deberá encontrar un desenlace, antes de 2015, en la transición que se ha iniciado. Ha esto debería añadirse el empequeñecimiento de la burocracia sindical, completamente descompuesta, que se marginalizó a sí misma en la competencia electoral reciente. En resumen, el Frente de Izquierda da un gran paso adelante como fuerza popular en una etapa de crisis de régimen en todos sus aspectos. El Manifiesto Político, que lanzó en las vísperas de las elecciones, define la dirección política e intelectual que quiere imprimir al movimiento obrero frente a una crisis de conjunto. Los apetitos presidenciales, que los candidatos que creen haber triunfado han expuesto antes de que se acabe el conteo de votos, es una fuga hacia la nada.
Ajuste y Frente de Izquierda
El millón y medio de votos del Frente de Izquierda es una advertencia del movimiento popular a la burguesía contra la aplicación de un ajuste. Esta caracterización, que hemos repetido durante la campaña electoral, ha sido recogida por uno de los principales comentaristas políticos. El lunes mismo, Carlos Pagni, justifica su opinión, tanto en La Nación como en su programa de televisión, de que el gobierno no aplicará las recetas que en forma creciente agitan los voceros del capitalismo, por el temor a la reacción popular que anticipa la alta votación obtenida por el Frente de Izquierda. Es decir que se ha perdido la confianza de antaño en que las rebeliones populares podían contenerse o desviarse por la ausencia de una canal o dirección política antagónica.
De esto se trata, precisamente.