El largo adiós de Romero
Juan Carlos Romero quedó anoche en un largo silencio que ninguno de sus acólitos pudo interrumpir hasta que se fue a su residencia de Castellanos, masticando un resultado que hace un tiempo era impensado. Y pese a las declaraciones públicas y a las instrucciones a sus periodistas para escribir una nota favorable o al menos crítica al proceso electoral, en su bunker se respiró anoche un clima denso.
Sus familiares directos recordaron lo que ocurrió en mayo de 2003, cuando después de largos conciliábulos, fue Juan Carlos Romero quien convenció a Carlos Saúl Menem de renunciar a la segunda vuelta para evitar una derrota deshonrosa frente a Néstor Kirchner.
En aquel año Romero era el dueño absoluto de Salta y había dejado toda la provincia en piloto automático confiado en llegar a la vicepresidencia de la mano de su principal impulsor en la vida política nacional: Menem.
Y después de aquella derrota por abandono, Romero se recluyó en un silencio y preanunció el abandono de la lucha nacional y se conformó con terminar su mandato.
Anoche, en el bunker del Frente Popular, ni los gritos de Raúl Romeo Medina ni el optimismo de Guillermo Durand Cornejo pudieron sacar a Romero de sus pensamientos.
Si en lugar de las PASO ayer se hubieran celebrado las generales Romero apenas sería Senador Nacional por la minoría, dejando afuera a su coequiper Sonia Escudero. Y tal vez ni eso, porque los votos que obtuvo Alfredo Olmedo lo sorprendieron demasiado, tanto que cuando los resultados llegaban confusos se preguntó si acaso el empresario no podría pasarlo en número de votos en algún momento del escrutinio.
En sus pensamientos en silencio Romero recordó también que el pueblo no olvida. Cuando se fue al Congreso de la Nación se preocupó por sus fueros, por pasear por el mundo, por vacacionar, por acomodar en cargos a sus familiares directos, por designar en puestos de apoyo a sus acólitos y se olvidó de su estructura que se desgranó pese a los intentos desesperados por mantener pequeñas cuotas de injerencia a través del Frente Salteño hoy convertido en Frente Popular en una alianza matrimonial con el Partido Conservador Popular de Guillermo Durand Cornejo que al cabo le aportó el mayor flujo de votos en Capital.
El resultado del domingo no es casual.
Pero el resultado marca también un antes y un después para el todavía senador nacional que renunció a dar la lucha por dentro del Justicialismo porque se sabía perdidoso y a él, no le gusta perder.
Pero ayer perdió.
Por eso el silencio en el que se encerró. Por su cabeza pasó el recuerdo de aquel 2003 y también la posibilidad cierta de declinar sus apetencias.
Necesita fueros, si, pero no de esta forma. No segundo. No perdiendo pese a que logró montar a través de su diario El Tribuno una campaña perfecta de desprestigio y ataque que llamó la atención en todas partes por su virulencia porque ni Clarín en su lucha con la presidenta Cristina Kirchner es tan agresivo.
Romero traspuso todos los límites y se olvidó de todos los códigos.
Anoche repasó cada uno de sus pasos mientras le acercaban los números que nunca le dieron motivo para celebrar. Alguno en ese círculo de silencio dijo "mire es un buen resultado pese a todo" y Romero lo congeló con la mirada y después todos quedaron en silencio.
Ahí, quienes lo conocen, dicen que la mirada de Romero se perdió en la nada. No es para menos. Invirtió mucho capital. Puso en juego la credibilidad de su diario que sigue siendo la nave insignia de un grupo económico que ha crecido a la sombra de su poder político y que anoche también tambaleó.
Es que si Romero pierde peso político también perderá peso su grupo económico y los empleados de la pyme política tendrán que buscar dónde conchabarse.
Eran muchos los pensamientos cruzados anoche en el bunker de Romero.
Juan Carlos Romero había perdido por primera vez en la provincia una elección en manos de Urtubey. Y las cosas habían quedado totalmente en claro y cada uno, ocupa desde el domingo, un lugar distinto en el escenario político salteño.
Sus familiares directos recordaron lo que ocurrió en mayo de 2003, cuando después de largos conciliábulos, fue Juan Carlos Romero quien convenció a Carlos Saúl Menem de renunciar a la segunda vuelta para evitar una derrota deshonrosa frente a Néstor Kirchner.
En aquel año Romero era el dueño absoluto de Salta y había dejado toda la provincia en piloto automático confiado en llegar a la vicepresidencia de la mano de su principal impulsor en la vida política nacional: Menem.
Y después de aquella derrota por abandono, Romero se recluyó en un silencio y preanunció el abandono de la lucha nacional y se conformó con terminar su mandato.
Anoche, en el bunker del Frente Popular, ni los gritos de Raúl Romeo Medina ni el optimismo de Guillermo Durand Cornejo pudieron sacar a Romero de sus pensamientos.
Si en lugar de las PASO ayer se hubieran celebrado las generales Romero apenas sería Senador Nacional por la minoría, dejando afuera a su coequiper Sonia Escudero. Y tal vez ni eso, porque los votos que obtuvo Alfredo Olmedo lo sorprendieron demasiado, tanto que cuando los resultados llegaban confusos se preguntó si acaso el empresario no podría pasarlo en número de votos en algún momento del escrutinio.
En sus pensamientos en silencio Romero recordó también que el pueblo no olvida. Cuando se fue al Congreso de la Nación se preocupó por sus fueros, por pasear por el mundo, por vacacionar, por acomodar en cargos a sus familiares directos, por designar en puestos de apoyo a sus acólitos y se olvidó de su estructura que se desgranó pese a los intentos desesperados por mantener pequeñas cuotas de injerencia a través del Frente Salteño hoy convertido en Frente Popular en una alianza matrimonial con el Partido Conservador Popular de Guillermo Durand Cornejo que al cabo le aportó el mayor flujo de votos en Capital.
El resultado del domingo no es casual.
Pero el resultado marca también un antes y un después para el todavía senador nacional que renunció a dar la lucha por dentro del Justicialismo porque se sabía perdidoso y a él, no le gusta perder.
Pero ayer perdió.
Por eso el silencio en el que se encerró. Por su cabeza pasó el recuerdo de aquel 2003 y también la posibilidad cierta de declinar sus apetencias.
Necesita fueros, si, pero no de esta forma. No segundo. No perdiendo pese a que logró montar a través de su diario El Tribuno una campaña perfecta de desprestigio y ataque que llamó la atención en todas partes por su virulencia porque ni Clarín en su lucha con la presidenta Cristina Kirchner es tan agresivo.
Romero traspuso todos los límites y se olvidó de todos los códigos.
Anoche repasó cada uno de sus pasos mientras le acercaban los números que nunca le dieron motivo para celebrar. Alguno en ese círculo de silencio dijo "mire es un buen resultado pese a todo" y Romero lo congeló con la mirada y después todos quedaron en silencio.
Ahí, quienes lo conocen, dicen que la mirada de Romero se perdió en la nada. No es para menos. Invirtió mucho capital. Puso en juego la credibilidad de su diario que sigue siendo la nave insignia de un grupo económico que ha crecido a la sombra de su poder político y que anoche también tambaleó.
Es que si Romero pierde peso político también perderá peso su grupo económico y los empleados de la pyme política tendrán que buscar dónde conchabarse.
Eran muchos los pensamientos cruzados anoche en el bunker de Romero.
Juan Carlos Romero había perdido por primera vez en la provincia una elección en manos de Urtubey. Y las cosas habían quedado totalmente en claro y cada uno, ocupa desde el domingo, un lugar distinto en el escenario político salteño.